Confuccio empezaba a coger una velocidad aproximada de 0,17 grogs/hora, que para un Trefti como él, no estaba mal. Los demás habitantes de bosque, mientras tanto, llenaron un cubo de agua y se metieron el tren de las cuatro y media, que en realidad ese día seguía a Confuccio. Pero resultó que Confuccio, al llevar semejante velocidad, a la que no estaba acostumbrado, hizo lo que todo Trefti haría en una situación así: bailar una jota (baile muy popular por esas zonas). Los perseguidores, al ver que ya sólo resultaba amenazante para la vista, lo dejaron en paz, pero cuando quisieron bajarse, descubrieron que el tren no se paraba hasta llegar a la ciudad. Confuccio, a pesar de lo ocupado que estaba en exhibir su baile correctamente, pudo ver lo que pasaba con sus vecinos, y a pesar del escaso espíritu noble que tenía, creyó que debía ayudarlos. Transcribo ahora literalmente sus pensamientos en esos momentos de crisis: "¡Vaya por Dios!¡Ahora se me acumulan las tareas!"
Así pues, dejó de bailar y cogió una bicicleta que había por ahí, se la comió, y con las pilas recargadas se dispuso a dejar atrás su vida, su querida montaña D3N2, sus regalices de repuesto y...¡un momento!¡tenía regalices de repuesto!
Ahora a una velocidad de 0,21 grogs/hora (vemos que su interés había aumentado notablemente) empezó a subir la montaña frenéticamente hasta la cima. Cuando llegó vio (que raro, se escribe sin tilde) que sólo había regaliz rojo de 0,46 grogis de diámetro.¡Era el ragaliz que menos le gustaba!
Así que, sin más dilación volvió a bajar a una velocidad más frenética todavía, y se enfrentó al destino que le aguardaba. Tenía que emprender un largo e infructuoso camino para rescatar a sus vecinos y así conseguir su amado regaliz, aquel que, pasara lo que pasase, siempre le apoyaría.
Tomodachinoides
Dominaremos el mundo, cueste lo que cueste.
domingo, 6 de febrero de 2011
sábado, 5 de febrero de 2011
Las estrafalarias aventuras de Confuccio. Capítulo 1.
Confuccio vivía en una casa en la cima de la montaña D3N2, un apacible lugar. Cada día bajaba a la ladera norte a ver crecer el musgo y aprovechaba para pasarse al Frutos Secos el Rincón que había por ahí cerca a comprar regaliz.
Vestía con una túnica de lana y unos zapatos de duende y su pelo estaba tremendamente enmarañado. Era blancuzco y desgarbado y tenía ojos de alien. Normalmente tenía tres dedos.
El caso es que un día que él llamaba krgi (y que corresponde a nuestro jueves) llegó a comprar su regaliz a las cuatro de la tarde y se encontró con que su Frutos Secos el Rincón de siempre estaba cerrado. Confuccio, que ya de por sí no solía sonreír, hizo una mueca desagradable y empezó a correr cual cocodrilo ardiendo hacia la ciudad, que se encontraba a unos 70 grogs de la montaña.
Vestía con una túnica de lana y unos zapatos de duende y su pelo estaba tremendamente enmarañado. Era blancuzco y desgarbado y tenía ojos de alien. Normalmente tenía tres dedos.
El caso es que un día que él llamaba krgi (y que corresponde a nuestro jueves) llegó a comprar su regaliz a las cuatro de la tarde y se encontró con que su Frutos Secos el Rincón de siempre estaba cerrado. Confuccio, que ya de por sí no solía sonreír, hizo una mueca desagradable y empezó a correr cual cocodrilo ardiendo hacia la ciudad, que se encontraba a unos 70 grogs de la montaña.
Las estrafalarias aventuras de Confuccio. Capítulo 1.1
TERMINOLOGÍA : Hay que especificar, por supuesto, que un grog es la distancia que logra recorrer un laemita, de la generación del 556, con uno de sus cinco pies complejos amputado, cargando en brazos con una mochila propulsora sin combustible durante un cuarto de hekg, término que, por desgracia, no va ser explicado en este momento. Bueno, a lo que íbamos, esto equivaldría a unos 40 km, uno arriba uno abajo, yo creo que es arriba, así que 41.
Empeñado como estaba en su afán de conseguir su preciado regaliz diario, Confuccio, intentó no molestarse a causa de los repugnantes mosquitos verdosos que se le iban adhiriendo a la piel, una especie no venenosa, pero no por ello menos plasta que sus mortíferos congéneres. Ésto le otorgaba un aspecto un tanto reptiliano, a lo que cabía sumar el fuerte Kreb rojo ( Uno de los siete Krabes (cuerpo celeste de luz propia), que aquel día paseaba por su órbita enfurruñado, ya que, su superior, Krab El Azul, le había ordenado retirarse al Espacio Interestelar de Reposo cuando estaba contemplando a una bella muchacha, de la tribu norte de Karshgal) que otorgaba a su fiel túnica de lana blanca, que le seguía de cerca, ondeante, el aspecto de un temible fuego. Por ello, no es de extrañar que los habitantes de la montaña, así como los animales que la poblaban, le confundieran con un cocodrilo ardiendo, ya mencionado anteriormente, que iba directo a la ciudad. Además, el problema de tener ojos de alíen, era que carecían de párpados, por lo que la única manera de detener la caída de los mosquitos sobre sus dilatadas pupilas era ponerlos en blanco. Y, claro, un cocodrilo ardiendo, enloquecido, descendiendo colina abajo, no era lo que cabía esperar en un pacífico y soleado krgi (jueves) en una aburrida montaña cuya única diversión, Frutos Secos El Rincón, ya había cerrado sus puertas al público. Así que animales y habitantes (diferenciados por el número de patas complejas) se pusieron de acuerdo en una cosa, primero había que apagar al cocodrilo, y después ya verían.
Mientras tanto, Confuccio, seguía con su descenso, ajeno a todo aquello, pensando, únicamente, en que para llegar antes de que cerraran el Frutos Secos el Rincón de la ciudad, debía traspasar la diferente zona horaria antes que el mismo tiempo, cosa que no se veía frecuentemente.
--------------
He aquí la segunda parte del primer capítulo de la fantabulosa saga que acabará con el aburrimiento en el mundo.
Vuestra más idolatrada que Hero, Arlette, os saluda. Que los Krabes os acompañen.
Empeñado como estaba en su afán de conseguir su preciado regaliz diario, Confuccio, intentó no molestarse a causa de los repugnantes mosquitos verdosos que se le iban adhiriendo a la piel, una especie no venenosa, pero no por ello menos plasta que sus mortíferos congéneres. Ésto le otorgaba un aspecto un tanto reptiliano, a lo que cabía sumar el fuerte Kreb rojo ( Uno de los siete Krabes (cuerpo celeste de luz propia), que aquel día paseaba por su órbita enfurruñado, ya que, su superior, Krab El Azul, le había ordenado retirarse al Espacio Interestelar de Reposo cuando estaba contemplando a una bella muchacha, de la tribu norte de Karshgal) que otorgaba a su fiel túnica de lana blanca, que le seguía de cerca, ondeante, el aspecto de un temible fuego. Por ello, no es de extrañar que los habitantes de la montaña, así como los animales que la poblaban, le confundieran con un cocodrilo ardiendo, ya mencionado anteriormente, que iba directo a la ciudad. Además, el problema de tener ojos de alíen, era que carecían de párpados, por lo que la única manera de detener la caída de los mosquitos sobre sus dilatadas pupilas era ponerlos en blanco. Y, claro, un cocodrilo ardiendo, enloquecido, descendiendo colina abajo, no era lo que cabía esperar en un pacífico y soleado krgi (jueves) en una aburrida montaña cuya única diversión, Frutos Secos El Rincón, ya había cerrado sus puertas al público. Así que animales y habitantes (diferenciados por el número de patas complejas) se pusieron de acuerdo en una cosa, primero había que apagar al cocodrilo, y después ya verían.
Mientras tanto, Confuccio, seguía con su descenso, ajeno a todo aquello, pensando, únicamente, en que para llegar antes de que cerraran el Frutos Secos el Rincón de la ciudad, debía traspasar la diferente zona horaria antes que el mismo tiempo, cosa que no se veía frecuentemente.
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He aquí la segunda parte del primer capítulo de la fantabulosa saga que acabará con el aburrimiento en el mundo.
Vuestra más idolatrada que Hero, Arlette, os saluda. Que los Krabes os acompañen.
viernes, 4 de febrero de 2011
¡Buenos días estrellas, la tierra os saluda!
Bueno, queridos admiradores, os damos la bienvenida a nuestro nuevo blog y futuro foco de dominación mundial.
Estáis avisados.
Estáis avisados.
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