Confuccio empezaba a coger una velocidad aproximada de 0,17 grogs/hora, que para un Trefti como él, no estaba mal. Los demás habitantes de bosque, mientras tanto, llenaron un cubo de agua y se metieron el tren de las cuatro y media, que en realidad ese día seguía a Confuccio. Pero resultó que Confuccio, al llevar semejante velocidad, a la que no estaba acostumbrado, hizo lo que todo Trefti haría en una situación así: bailar una jota (baile muy popular por esas zonas). Los perseguidores, al ver que ya sólo resultaba amenazante para la vista, lo dejaron en paz, pero cuando quisieron bajarse, descubrieron que el tren no se paraba hasta llegar a la ciudad. Confuccio, a pesar de lo ocupado que estaba en exhibir su baile correctamente, pudo ver lo que pasaba con sus vecinos, y a pesar del escaso espíritu noble que tenía, creyó que debía ayudarlos. Transcribo ahora literalmente sus pensamientos en esos momentos de crisis: "¡Vaya por Dios!¡Ahora se me acumulan las tareas!"
Así pues, dejó de bailar y cogió una bicicleta que había por ahí, se la comió, y con las pilas recargadas se dispuso a dejar atrás su vida, su querida montaña D3N2, sus regalices de repuesto y...¡un momento!¡tenía regalices de repuesto!
Ahora a una velocidad de 0,21 grogs/hora (vemos que su interés había aumentado notablemente) empezó a subir la montaña frenéticamente hasta la cima. Cuando llegó vio (que raro, se escribe sin tilde) que sólo había regaliz rojo de 0,46 grogis de diámetro.¡Era el ragaliz que menos le gustaba!
Así que, sin más dilación volvió a bajar a una velocidad más frenética todavía, y se enfrentó al destino que le aguardaba. Tenía que emprender un largo e infructuoso camino para rescatar a sus vecinos y así conseguir su amado regaliz, aquel que, pasara lo que pasase, siempre le apoyaría.
¡Hola!
ResponderEliminar¡¡Me encanta tu blog!!
¡Sigue así!
Moni.